La preocupación por la escasez de los recursos naturales causada por el crecimiento de la población ha sido, sin duda, el principal tema de debate que históricamente se ha desarrollado en torno a las relaciones existentes entre la población y el medio ambiente y que, como se verá en el siguiente apartado, tiene cierto continuidad en nuestros días.

La cuestión fue planteada por primera vez por Thomas Robert Malthus en 1798, cuya teoría afirma, a grandes rasgos, que el crecimiento de la población humana siempre tiende a superar el de la capacidad de producción de recursos de la tierra (especialmente los alimentarios), ya que mientras la primera crece de forma geométrica, los segundos sólo lo hacen de forma aritmética. Las consecuencias de este hecho son, por un lado, el hambre y el incremento de la mortalidad y, por otro, el aplazamiento del matrimonio y la limitación del tamaño familiar, medidas que contribuyen a frenar el crecimiento demográfico. No obstante, la principal crítica que ha recibido esta teoría, elaborada antes de la revolución agrícola, es el hecho de que se basa en la creencia de que tanto la producción de recursos naturales como la tierra son fijos, sin tener en consideración los avances tecnológicos inherentes al desarrollo.

 

A pesar de estas críticas, la teoría malthusiana ha tenido una gran influencia posterior, ya que a partir de ella se desarrolló el concepto de capacidad de carga.

David Ricardo comparte en gran medida la preocupación de Malthus por el incremento de la población, pero extiende su análisis a todos los recursos y no sólo al recurso tierra. Sin embargo, su planteamiento del problema no radica en que los recursos sean finitos, sino en la comprobación de que varían en calidad y localización, aspectos que determinan un uso diferencial y que, finalmente, causan una escasez relativa. Es decir, la escasez de los recursos es planteada por los dos autores de forma diferente: mientras que para la óptica malthusiana se trata de una escasez en términos absolutos, causada por la condición de finitud y homogeneidad de los recursos, para Ricardo la escasez es sólo en términos relativos, fruto de la disponibilidad diferencial de recursos tanto a su calidad como su localización.

Esta última perspectiva es defendida también por John Stuart Mill, que introduce, sin embargo, un factor condicionante externo a la propia dinámica demográfica: se trata de lo que él llama «progreso de la civilización», que no es otra cosa que la incorporación del cambio tecnológico (los conocimientos y la maquinaria agrícolas, la incorporación de nuevos productos alimenticios ...) como un elemento fundamental para evitar la escasez. Se trata, pues, del primer intento para romper la linealidad de las dos teorías anteriores, caracterizadas por la continuidad de los procesos y los fenómenos y por la ausencia de cambios o de saltos cualitativos.

Karl Marx también teorizó sobre las relaciones entre la población y los recursos naturales, con una fuerte crítica a las ideas malthusianas, argumentando que si la sociedad se dirigía hacia un estado estacionario o de crisis del sistema, no obedecía a la existencia de límites físicos absolutos, rendimientos decrecientes y crecimiento exponencial de la población, sino a razones socioeconómicas. En su opinión, más que un científico, Malthus era el representante de una determinada clase social, de manera que sus argumentos estaban orientados a justificar ciertas medidas económicas y sociales. Respecto a la superpoblación, Marx argumenta que es una necesidad del sistema capitalista, fruto de su carácter expansionista. Por lo tanto, para Marx, la población no debe ser considerada como una variable externa al propio sistema económico y productivo ni como un parámetro, sino una variable interna, la trayectoria y la dinámica de la que está condicionada por las formas de producción.

A pesar de tratarse de una autora bastante posterior, otra aportación «clásica», sin duda gracias a su importante influencia posterior, es la realizada por Ester Boserup. Escribiendo después de las revoluciones agrícola e industrial, Boserup sugiere que el crecimiento de la población y el consiguiente aumento de la densidad inducen los cambios tecnológicos, como por el ejemplo, el uso de arados o de fertilizantes, que permiten restablecer el equilibrio entre la producción de alimentos y el crecimiento de la población. Las ideas de Boserup han tenido una gran repercusión en la investigación global y regional que examina las relaciones entre el crecimiento de la población y los cambios en la producción agrícola, sobre todo en regiones en vías de desarrollo. Es el caso, por ejemplo, del estudio realizado por Matthew Lockwood para el continente africano, donde se afirma que el fuerte crecimiento demográfico que sufre esa región estimula la búsqueda de nuevas tecnologías y nuevos recursos, tendencia que sólo se ve rota por aquellos países que sufren guerra, pobreza o sobreexplotación.