Hay que saber que el turismo constituye uno de los sectores económicos más importantes de la industria mundial. Nuestro país es un ejemplo evidente de progreso mediante el impulso del sector turístico. Otra cosa son los mecanismos utilizados y sus consecuencias. Este progreso, además, nos ha convertido en sociedad viajera, de tal modo que el hecho de viajar está consolidado como uno de nuestros hábitos cotidianos.
Según la Organización Mundial del Turismo, en los últimos 30 años las llegadas mundiales de turistas internacionales se han multiplicado por cinco. Antes de la crisis actual se estimaba que para 2010 las llegadas aeroportuarias internacionales alcanzarían los 1.000 millones, lo que significaría que habría incrementado en un 60% respecto a las del año 2000. Era razonable pensar que este cálculo sufriría un revés considerable teniendo en cuenta la actual situación económica mundial, sin embargo, casi se ha conseguido llegar a la cifra prevista. Con lo cual, queda patente que este sector viene demostrando una resistencia apreciable frente a las adversidades externas.
A medida que avanza implacable el proceso globalizador en el que el turismo aparece como uno de los buques insignia de las industrias, estamos asistiendo a un incremento espectacular de la demanda de turismo de naturaleza, de aventura, etnológico, etc. En este sentido, son innumerables las comunidades del mundo en desarrollo que, observando las bondades que parece que acompañan a estas modalidades turísticas, suspiran para aplicarlo con éxito en sus territorios.
En este contexto resulta necesario advertir que en estos países se encuentra una buena parte de los recursos turísticos del planeta, tanto naturales como culturales. Algunos ya han sido consumidos por el turismo y otros lo serán irremediablemente después de la pausa obligada por la coyuntura económica actual, que parece haber llegado para dar, al menos, un respiro al medio ambiente. Detrás de las idílicas postales provenientes de estos espacios a menudo se esconde otro perfil. El de la amarga imagen de la deforestación, de la expoliación de los recursos naturales y del abuso al que han sido sometidas muchas culturas y territorios que acogen actividades turísticas. Hay pues, que reflexionar sobre esta preocupante paradoja y plantear prácticas sostenibles y adecuadas para que las comunidades que pretendan desarrollar dinámicas turísticas en sus territorios se organicen y articulen medidas sostenibles que conduzcan a obtener un provecho integral y equitativo, y para que los agentes externos promotores de estas prácticas las realicen de la mejor manera posible y teniendo en cuenta a la población local en primer lugar.
Se suele concebir el turismo como un recurso renovable y capaz de estimular el desarrollo de manera instantánea, sin embargo, esta afirmación es falaz y temeraria. Si los promotores no actúan responsablemente, es susceptible de provocar impactos negativos irreversibles y sumir a un destino en la miseria económica, ambiental o social, análogamente a lo que sucede con otros bienes no renovables que generan grandes oportunidades de enriquecimiento y que invitan a la corrupción, sobre todo en aquellas sociedades más débiles en sus estructuras políticas y sociales. Se trata de la gran paradoja que representa la "fatalidad" de encontrar y explotar recursos en un territorio empobrecido, donde se suelen enriquecer las oligarquías locales y los emprendedores foráneos, permaneciendo la población en peores condiciones que antes de la explotación del hallazgo.
Invertir en los países más desfavorecidos requiere responsabilidad y eso incluye también eficacia, rentabilidad y distribución equitativa de los beneficios. Es necesario introducir procedimientos y estrategias empresariales, eficientes pero responsables, productivas pero sostenibles y generadoras de empleo en condiciones aceptables. El turismo, en muchos países en vías de desarrollo, como no podía ser de otra manera, ya es una actividad establecida, pero llena de incertidumbres.
Sorprendentemente, a pesar de la importancia económica que representa esta industria a nivel mundial, sus impactos negativos no han llegado a los más elevados niveles de decisión. Sin duda porque las voces que intentan promover una mayor concienciación turística son de escasa influencia global. Otra razón es la errónea percepción que a menudo tienen los residentes locales, confundiendo la construcción indiscriminada y el aumento ilusorio de la demanda de empleo, con el desarrollo y el progreso.
Así, asumiendo que el turismo constituye una actividad económica que debería ser capaz de generar puestos de trabajo dignos, nuevas y apropiadas infraestructuras, impulsar actividades alternativas o dinamizar a otras ya existentes, así como revalorizar activos patrimoniales tanto naturales como culturales puede, al mismo tiempo, implicar la generación de muchos impactos negativos: ambientales, sociales y económicos, así es como surge el turismo responsable, una opción que debería comprometer a todos los agentes que actúan en cualquier territorio que atraiga turistas, para ajustar sus actuaciones considerando las singularidades de cada destino, contribuyendo así a su sostenibilidad integral.
El alcance del turismo responsable va más allá de la visión extraordinariamente miope que suele juzgar al turismo convencional (de masas) como una actividad irresponsable per se. El viajero responsable deberá percibir el entorno de acogida, allí donde sea, como el espacio que conforma temporalmente su hogar y que es compartido con los residentes autóctonos. Bajo este prisma, deberá esforzarse en optimizar los vínculos con sus anfitriones, respetar y adaptarse a las tradiciones y costumbres locales y evitar alterar el medio natural o urbano, y social en el que es acogido. Paradójicamente, algunos practicantes de "turismo ecológico", a menudo olvidan que sus actividades dejan de ser sostenibles cuando se contabiliza el elevado impacto ambiental provocado por el avión que los traslada al otro lado del Atlántico o del Sáhara. A este impacto, en muchas ocasiones, se le debe añadir lo que causa el precario estado mecánico o la obsolescencia de los medios de transporte locales: todo-terrenos, autobuses, embarcaciones, etc. Así, un viajero que haga un vuelo entre Madrid y San José de Costa Rica genera el mismo nivel de emisiones que la calefacción que necesita una persona a lo largo de un año. A continuación se muestra un cálculo de las emisiones de dióxido de carbono correspondientes a un pasajero que viaje en avión en un solo trayecto desde Barcelona hasta los destinos indicados. Estos cálculos permiten observar que difícilmente podemos afirmar que somos ecoturistas si para practicarlo emprendemos un viaje a Nueva Zelanda emitiendo 5.582 kg de CO2 a la atmósfera (2.764 x 2).
Cálculo de emisiones de CO2/persona (en avión) {fusionchart id="56" Càlcul emissions CO2/persona (en aviò)}
Fuente: Elaboración propia a partir de www.turismo-sostenible.org
La difícil coyuntura económica mundial actual puede ser el momento clave para diseñar propuestas que permitan la interactuación de pueblos y culturas mediante iniciativas turísticas responsables y creativas, que ofrezcan la posibilidad de actuar provechosamente a todos los agentes implicados. En definitiva, crear experiencias de transformación social a través del turismo, de tal manera que se genere la demanda de alternativas viajeras que relacionen el ocio con la solidaridad y la responsabilidad de compartir un espacio común.
En los últimos años han aparecido algunos códigos, decálogos, declaraciones, etc. sobre lo que debería ser un turismo respetuoso y sostenible. En este enlace se facilita el Código Ético Mundial para el Turismo (Organización Mundial del Turismo).