También llamados altermundistas, de resistencia global, etc. es una corriente de pensamiento mundial que une a grupos (ONG, intelectuales, asociaciones ecologistas, sindicatos, organizaciones religiosas, pacifistas, etc.) de diferentes países que, aunque discrepan a raíz de su distinta naturaleza, tienen en común su rechazo al capitalismo actual y a su modelo neoliberal y de globalización.
Algunas de sus reivindicaciones se basan en pedir la condonación de la deuda externa de los países empobrecidos, la disminución de los presupuestos de gasto militar, la activación de la llamada "Tasa Tobin" (una tasa entre el 0,05% y el 0, 1% en las transacciones financieras internacionales que permitiría generar unos 300.000 millones de dólares anuales que se podrían destinar a la lucha contra la pobreza), llamar la atención sobre la deuda ecológica con el Tercer Mundo, reclamar la responsabilidad social de las empresas y, en definitiva, llevar a cabo movilizaciones de protesta en contra de las actuaciones de un sistema económico mundial que definen como injusto, insostenible, desigual y falto de ética, liderado por las principales instituciones financieras internacionales y por las grandes corporaciones transnacionales.
Este movimiento tuvo repercusión mundial a raíz de las protestas organizadas en Seattle (1999) al tiempo que se celebraba la reunión de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Lejos de lo previsto, la masiva afluencia de seguidores que se reunió, provocó disturbios que causaron una imagen distorsionada de los objetivos programáticos que defiende el movimiento. A partir de dicha fecha, esta corriente de protesta se hizo aún más extensiva, contando en la actualidad con miles de seguidores en todo el mundo conectados a través de las redes sociales y del tejido y plataformas internacionales organizadas. Desde entonces, todas las reuniones importantes sobre cuestiones relacionadas con el comercio, la economía o las políticas internacionales han tenido lugar en espacios cada vez más inaccesibles y han reducido su duración de manera considerable.
Este movimiento, más allá de algunos disturbios callejeros aislados, ha logrado incluir en las agendas de los grandes acontecimientos de las instituciones financieras internacionales algunos de los problemas sociales más vergonzosos como: la pobreza extrema, el SIDA, la expoliación de recursos, el calentamiento global, etc. que, hasta hace muy poco, no eran tenidos en cuenta. Y, asimismo, que los medios de comunicación se hagan eco.
Sin embargo, algunas voces de renombre, aunque apoyan los principios básicos de este movimiento y coinciden con su perspectiva ética, se expresan con tono crítico ante algunas actitudes. Así, Jeffrey Sachs (2005), opina que sus líderes se equivocan en el diagnóstico de los problemas más profundos y critica un espíritu superficial y visceralmente anticapitalista, que se encuentra detrás de la creencia de que las multinacionales son las principales causantes de la pobreza extrema, de la pandemia del SIDA o de la degradación medioambiental y de la percepción de la OMC como principal valedora de lo que éstas hagan y deshagan a nivel global. Aunque coincide en que algunas multinacionales han actuado muy mal y que el movimiento ha contribuido a la divulgación social de malas prácticas por parte de éstas y, en algunos casos, a su minimización, Sachs, afirma que la globalización también ha contribuido a disminuir el número de pobres extremos; doscientos millones en la India y trescientos en China, sin haber sido explotados por compañías multinacionales. Argumenta que los países en desarrollo con una inversión directa extranjera (IDE) más elevada y aquellos abiertos al libre comercio disponen también de una renta por habitante más grande. Asimismo, Sachs cree que la pobreza estructural africana no se debe a la explotación a manos de inversores internacionales sino a causas relacionadas con su aislamiento económico y al olvido de lo que llama "las fuerzas de la globalización".
Sachs argumenta que las soluciones deben encontrarse en las políticas públicas que gestionen adecuadamente las emisiones de gases contaminantes o que faciliten los medicamentos para los que no los puedan pagar. Opina que las empresas transnacionales no son las únicas que establecen las reglas del juego. Si los gobiernos actuaran correctamente, las principales multinacionales desarrollarían un papel vital en la resolución de los problemas. Sin embargo, otorga un papel fundamental al movimiento en cuanto a la investigación y divulgación de algunas actuaciones injustificadas de estas empresas más allá de lo que establece la ética; financiando campañas electorales o haciendo presión política para favorecer sus intereses.