Cuando las industrias son implantadas sin tener en cuenta criterios de responsabilidad social, sobre todo en espacios especialmente vulnerables, casi siempre suelen producirse impactos negativos cuyos principales damnificados suelen ser la población local y el medio ambiente. Existe una razón esencial que explica este drama histórico del desarrollo irresponsable. De todas las posibilidades de explotación, las que no han tenido en cuenta a la población local y el medio, han sido las más lucrativas. Además, en la feroz economía de libre mercado imperante en los países industrializados en los últimos años, el consumidor final no suele pedir explicaciones, ni cuestionarse los impactos de su actividad ni la responsabilidad asociada a su papel de consumidor, lo que ha favorecido las malas prácticas empresariales. Así pues, nos encontramos, todavía, ante un escenario donde las compañías han entendido que su deber ha sido la consecución de la máxima rentabilidad económica y en el que el consumidor final no se cuestiona nada más allá de la obtención del máximo disfrute al mejor precio posible. En el mismo sentido, los accionistas de las corporaciones, generalmente poco escrupulosos, no cuestionan las estrategias de desarrollo empleadas por la empresa en la que han invertido su capital. Incluso, en muchos casos, desconocen si sus inversiones impulsan con eficiencia el desarrollo de las comunidades o respetan el medio natural allí donde se instalan las actividades de las que son inversores.

La RSC aparece con fuerza en los últimos años como una estrategia que las empresas, corporaciones o industrias, conscientes de los impactos negativos que su actividad es potencialmente susceptible de producir, tanto en el territorio donde se realizan sus actividades como internamente en su propio sistema sociolaboral, pueden aplicar, voluntariamente, para resolverlos. La presión social, sobre todo impulsada desde las organizaciones más activas, ha incidido en que muchas compañías tomen conciencia del alcance de los daños que su actividad puede provocar. Numerosos casos de empresas multinacionales conocidas han sido denunciadas por maltrato del personal a su servicio, por contribuir a la explotación laboral infantil, el turismo sexual, el comercio de recursos naturales ilícitos o la degradación de espacios naturales.

Como se ha expresado anteriormente, cabe destacar que recientemente están apareciendo voces que argumentan que la incorporación de criterios de responsabilidad social en las estrategias de desarrollo empresarial deben ser imprescindibles para el futuro de las compañías. Así, desde el sector empresarial, se empieza a evidenciar una nueva visión, más amplia y responsable, en cuanto a sus actuaciones. La incorporación de criterios orientados hacia la sostenibilidad y la responsabilidad social, debe ser un elemento clave en la planificación estratégica y debe dotar a la empresa de elementos que contribuyan a la mejora de todos los ámbitos en los que incide su actividad. Esta estrategia, además, mejorará la imagen empresarial y, paralelamente, contribuirá a la mejora del desarrollo y bienestar de la sociedad y del medio ambiente.

Por otra parte, la percepción tan diferenciada que se tiene del concepto de RSC, hace que su aplicación sea del todo diversa. Así, no faltan corporaciones que, a la luz de esta corriente estratégica, la aplican de manera particular proyectando una imagen corporativa sobre su responsabilidad que no se corresponde ni con la cultura ni con la realidad de la empresa. En el peor de los casos se limitan a "maquillar" únicamente aquellos aspectos visuales: logos, colores, rotulación, etc. adoptando colores y símbolos bucólicos.

En este sentido, se perfilan algunos retos:

  • Canalizar la información correcta hacia los consumidores.
  • Concienciar a las empresas de que la responsabilidad de sus actuaciones, externas e internas, en un mundo cada vez más global puede, además, constituir un activo que repercuta positivamente en su imagen y, en consecuencia, en sus ganancias.
  • Sensibilizar a los accionistas sobre la ética de invertir en empresas responsables, dado que, de lo contrario, con su dinero estarán financiando acciones reprobables ambiental y socialmente e, incluso, económicamente.

En esta línea, Michael Porter (2006) propone una nueva forma de enfocar las relaciones entre las empresas y la sociedad. Según Porter, el éxito empresarial y el bienestar social no tienen por qué ser excluyentes. Así, presenta un marco en el que las empresas pueden identificar los efectos positivos y negativos que tienen en la sociedad y optar por vías efectivas para gestionarlos. Si la empresa aplica sus recursos y experiencia hacia actividades que contribuyan en el bienestar de la sociedad, es decir, cuando la RSC es contemplada desde un punto de vista estratégico, puede convertirse en una fuente muy valiosa de progreso social y beneficio empresarial.

A la larga, resultados empresariales y responsabilidad social, no entran en competencia y, además, están estrechamente relacionados. En este sentido, la productividad de una compañía depende de que sus trabajadores sean personas con más formación, educación, salud y motivación para su trabajo y de las oportunidades que su puesto de trabajo les ofrece. Asimismo, un medio ambiente en buen estado y unos recursos naturales con capacidad de renovación, son la base que permite garantizar la continuidad de la producción y del desarrollo de la sociedad.