El desarrollo económico de las sociedades se sostiene gracias a una serie de actividades que utilizan un importante contingente de recursos naturales. El problema es cuando estos recursos, que se encuentran en nuestro entorno y que se han aprovechado a lo largo de la historia de la humanidad en mayor o menor medida dependiendo de las capacidades técnicas y tecnológicas, son en su gran mayoría recursos no renovables. Dicho de otro modo, sus tasas de generación se encuentran por debajo de las actuales tasas de explotación. A su vez, tanto durante la fase de extracción de estos recursos, así como también durante su transporte y transformación/utilización, existe la posibilidad o el riesgo de producirse impactos ambientales de diferente magnitud. Unos impactos que inciden sobre un territorio que tiene una determinada capacidad de acoger tanto a las actividades socioeconómicas (sustento físico) cómo también a una cada vez más densa red de infraestructuras de transporte y de comunicación, sin olvidar los asentamientos donde residimos y que también ocupan un espacio. Por todas estas razones, el verdadero desarrollo humano tiene que tener en cuenta los aspectos económicos, pero también los sociales y los ambientales.

Junto con la necesidad de utilizar los recursos de una manera adecuada y ocupar y transformar el territorio ordenadamente, un tercer elemento clave son los residuos o más bien dicho, qué hacer con los residuos. Una de las principales características de las sociedades más desarrolladas económicamente es la fabricación y el consumo de una gran cantidad de productos para satisfacer las propias necesidades, sean o no básicas. Estos productos, generados a partir de materiales de procedencia muy diversa, se caracterizan en gran medida por tener un ciclo de vida corto, es decir, cuando finalizan su vida útil pueden pasar a ser considerados como residuos. El aumento del consumo de materiales durante el siglo XX y los primeros años del siglo XXI ha sido espectacular, especialmente en el caso de los materiales de la construcción. Pero a estos materiales útiles y que potencialmente pueden llegar a ser residuos se tienen que añadir los materiales generados durante los diferentes procesos de producción y que no son utilizados, son las llamadas mochilas ecológicas. Este concepto fue creado por Schmitdt-Bleek en 1994 y sirve para explicar lo que él denominaba “intensidad de materiales por unidad de servicio”, es decir, la cantidad de material que se utiliza durante todo el ciclo de vida de los productos.

Tal y cómo afirma Gómez (2003), la integración ambiental de las diferentes actividades humanas y, en consecuencia, avanzar hacia el tan anhelado desarrollo sostenible, será una realidad cuando seamos conscientes y actuemos en consecuencia que disponemos de una cantidad limitada de recursos naturales, que cada territorio tiene unas diferentes aptitudes para acoger asentamientos, actividades e infraestructuras y, finalmente, que este mismo territorio tiene una capacidad limitada para asumir la cada vez mayor cantidad de residuos generados, razón por la cual y en referencia la cuestión de los residuos, se tiene que llevar a cabo una buena gestión de los generados, así como también se tienen que aplicar políticas para reducir la cantidad producida y recoger selectivamente la gran mayoría. En caso contrario, los residuos pueden convertirse en un problema ambiental de primer orden.